Manuel Antonio y Marino Ballena.

Rio Tárcoles. Parque Nacional Manuel Antonio y Marino Ballena. Ojochal. 

El río Tárcoles. Parque Nacional Manuel Antonio. (23 de noviembre)

Noche muy ventosa pero amanece con un luminoso sol desparramando su luz por todos los lados. Cada vez dormimos más, eso quiere decir que acumulamos cansancio. Nos levantamos, como siempre, al amanecer. Nuestro programa para hoy era denso, como casi todos los días desde que hemos aterrizado en estas tierras. Teníamos que llegar a Manuel Antonio, alojarnos y visitar el parque. Y sobre todo había que conducir  parte de nuestro camino por una pista forestal.

Acercamos el coche cargado ya hasta la recepción y allí disfrutamos de un delicioso desayuno casero, con una mermelada que elaboraban ellos mismos, nos despedimos de esta familia tan encantadora y a las 7,30  pusimos rumbo al sur y a la costa del Pacífico.

Ahora la pista era de bajada y además, nos acompañaba un luminoso día, muy diferente al lluvioso y con niebla que trajimos de venida. Pronto vislumbramos el océano Pacífico a lo lejos. Acompañados por preciosas vistas de las verdes laderas escarpadas de Monteverde descendimos durante unos 20 o 30 kilómetros hasta que la tierra se convirtió en asfalto por donde circulamos cómodamente, por rectas fáciles y casi solos, ahora ya al mismo nivel que el océano Pacífico que lo dejamos a nuestra derecha circulando paralelos a él.

Casi sin darnos cuenta llegamos al río Tárcoles. Nada avisa de que estamos allí, excepto un restaurante y aparcamientos a ambos lados de la carretera. No parecía haber nadie vigilando, lo que no nos gustó  así que decidimos bajar por turnos.  Había leído que se producen robos aquí y que los coches de alquiler son fácilmente identificables, pero al poco apareció un vigilante así que Angel, que se había quedado, se unió a mí en el puente. A ambos lados de la carretera, sobre unas estrechas aceras, la gente se asomaba curiosa haciendo fotografías. 

Y allí estaban los gigantescos cocodrilos. Enormes todos, eran unos monstruos antediluvianos casi salidos de una película de terror. Contamos unos 6 o 7 cocodrilos por cada lado del puente de no menos de 5 metros por cada lado que  tomaban el sol a las orillas de este río. Algunos con sus enormes fauces abiertas enseñando sus aterradoras mandíbulas. Y una foto de postal, la bella y la bestia: sobre la nariz de uno de estos monstruos se posaba intermitentemente una preciosa mariposa cuyo color anaranjado contrastaba con el mortecino color barro de este terrorífico reptil.

Y por unos segundos pudimos observar una especie de lagarto que se elevó sobre sus patas traseras y corrió unos metros.

Visto este espectáculo que parecía casi irreal, y tras darle una propinilla al vigilante (1 dólar), emprendimos nuestro camino hacia Manuel Antonio a donde llegamos a las 11.










Y nos dirigimos a nuestro alojamiento para dejar las maletas. Una  calle estrecha y en un estado bastante deficiente, ascendía hasta nuestro alojamiento. Así que la tomamos hasta quedarnos justo delante de una verja que daba acceso a lo que en nuestro país podría ser un bonito chalet independiente.

Pero, la reja estaba cerrada y no había nada para llamar. Me preocupé, pero en pocos minutos apareció nuestro anfitrión, Carlos, una persona amable y muy peculiar.

El hotel casa Mare Nostrvm es una réplica exacta de una casa colonial española de finales del XIX rodeada de vegetación. Esto lo supimos después, cuando le preguntamos a nuestro anfitrión Carlos ya que estábamos fascinados por todos los detalles que encerraba la casa y que parecían cuidados al máximo.


Descargamos las maletas y las dejamos en nuestra habitación que aún no estaba arreglada. A primera vista vimos que su interior era muy original, saliéndose de lo que habíamos visto hasta ahora. Acogedora y tranquila, daba directamente a la piscina y todo el edificio estaba en el centro de lo que parecía un hermoso jardín y rodeado de una espesa vegetación. Parecía que una parte de  las habitaciones daban al sur, hacia la piscina y otra a la parte norte, a la entrada donde habíamos dejado el coche.



Y sin perder tiempo pusimos rumbo al parque nacional de Manuel Antonio.

Ya antes de llegar un grupo de hombres nos dirigen a un aparcamiento. Y estando como estábamos,  con el tiempo justo, no era para perderlo en ir y venir buscando, así que entramos directamente. Nos piden 3 dólares e inmediatamente nos ofrecen guía, pero por 37 dólares por cabeza lo que nos parece excesivo (un guía nos comentaría después en la cola de entrada al parque que él no pagaría más de 10), así que tras hablar con la persona encargada de vigilar este recinto -al parecer el terreno es municipal y lo que obtienen es para una asociación- e informarnos  de que está vigilado hasta las 16 horas, nos encaminamos hacia la entrada.

Dejamos una hermosa playa de blancas arenas a nuestra derecha en donde la gente disfrutaba de un espléndido día soleado.

Pero luego pudimos observar que había más aparcamientos y más cercanos, incluso uno a la propia puerta y que además estaba vigilado hasta las 16,30. Y además, tuvimos que andar bastante, unos 400 o 500 metros hasta lo que eran las taquillas.

Y cuando llegamos nos encontramos con cola para entrar. Al parecer estaba completo y solo podemos entrar si hay gente que salga. Parece que estamos haciendo la cola para entrar a un zoo. Adquirimos nuestra entrada por 22 dólares por persona.

Aprovechamos la espera para cambiarnos y ponernos un bañador y tomarnos algo de comer ya que, además de que la hora era la indicada, dentro no se puede introducir comida y de hecho, registraban las mochilas.

El recorrido por Manuel Antonio se puede realizar siguiendo un sendero largo que te lleva a las playas escondidas, menos concurridas, o siguiendo el sendero de la playa rodeando la montaña que divide el parque en dos. También hay otros senderos secundarios que llevan a pequeñas calas y que incluso conservan antiguas trampas de pesca que los habitantes de estas tierras utilizaban para su sustento.

Y tuvimos que esperar muy poco. Accedimos por unas pasarelas de madera elevadas sobre el terreno y que se internan en el bosque. Pero hay mucha gente y coincidimos en describir este parque como una especie de “parque temático”. Fuimos paseando por estos “caminos de madera”. Carteles explicaban lo que podíamos observar y señales dirigían a un sitio u otro. Nosotros decidimos ir hacia la playa.

En nuestro recorrido vimos un perezoso durmiendo que al estar en una rama con escaso follaje  pudimos fotografiar  perfectamente con sus tres dedos bien definidos y un pelaje de un curioso verde grisáceo debido a unas algas microscópicas que les crecen y que les ayuda a camuflarse en su frondoso entorno. También iguanas de especies distintas,  agutí, monos titi, varios monos capuchinos, monos aulladores, pizotes, mapaches, cangrejos…

Al llegar a la playa, los monos capuchinos se paseaban entre la gente descaradamente, por el suelo, por las ramas. En parejas se desparasitaban  y resultó gracioso (para nosotros claro) ver como uno se arrascaba con tanto desazón que dejó caen un fruto que llevaba en la mano del que otro rápidamente se apropió.

Y nos dimos un baño por turnos. Mientras se bañaba Angel los vecinos me avisaron de un “mono ladrón” que andaba por las ramas cercanas y que se puso a mirar al cielo cuando le miré (como “yo no he sido”). Esta actitud tan “humana” me hizo gracia. Le espanté, pero se fue a otro grupo de gente cercano al que aviso yo, pero a la tercera va la vencida y consiguió robarles la bolsa. Otros dos detrás de mí se desparasitaban pero cuando me acerqué a hacerles una foto debieron sentirse sorprendidos  y me enseñaron los colmillos amenazadoramente. Esta vez fui yo la que reculé. 

Llovía nuevamente el “pelo de gato” e iniciamos el regreso. El tiempo se agotaba. Angel espantó a un mapache que estaba subido, literalmente, sobre la mochila de una turista francesa.

Poco después oímos ruido dentro de un bidón de basura alrededor del cual nos fuimos acumulando un grupo de turistas descubriendo en su interior a un pizote escarbando entre las botellas de plástico vacías en busca de alimento. Cuando terminó, miró hacia arriba ignorándonos y  de un salto se puso primero al borde provocando que todos los “mirones” diéramos rápidamente varios pasos atrás, -por si acaso- para luego bajar al suelo por donde se paseó tranquilamente mientras que nosotros guardábamos una prudencial distancia.

Después vimos un agutí que parecía más asustadizo que el pizote, aunque aparentemente no dejaban de hacer lo que estaban haciendo, sencillamente se alejan internándose de nuevo en la selva.


Mientras regresábamos a por nuestro coche pudimos ver los monos capuchinos andando tranquilamente por los cables. Algunos turistas, inconscientes, les daban comida con sus manos.

Ya en el hotel decidimos darnos un breve y agradable baño en la piscina y salimos a cenar a El Arado, restaurante que nos recomendó Carlos, a unos 400 metros del hotel. Sencillo pero con una estupenda comida aunque hasta ahora, fue el más caro. No deja de llamarnos la atención la soledad de la calle por la que transitamos.

 De regreso localizamos unos enormes sapos en la piscina y tras decidir  cerrar la ventana de la habitación ya que habíamos visto monos corriendo por los tejadillos de la casa y  no queríamos tener un susto por la noche, nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente Carlos nos confirmaría que no son los monos los peores, sino los pizotes.

Parque Nacional Marino Ballena. Ojochal. (24 de noviembre.)

Después de una tranquila noche nos acercamos a desayunar a la vez que llevamos alguna maleta al coche y Angel se resbala dándose un golpe tremendo. Ya vimos el día anterior que el suelo estaba resbaladizo e inclinado pero por más cuidado que pusimos sucedió. Cae sobre un hombro y se golpea el pómulo que sangra. Aunque fue lo más escandaloso, curó sin mayores problemas, pero el hombro le estuvo dando problemas hasta bastante después. Carlos, al oir el golpe sale y se muestra muy compungido y preocupado. Teme los comentarios que podamos hacer en booking y nos relata que hace unos años un turista alemán se cayó porque iba fotografiando los monos y como se le rompió la cámara y le pidió 600 euros, dinero que aseguró que no tenía. Nosotros le tranquilizamos, le dijimos que éramos buena gente y que había sido un accidente. 

Nos hizo un desayuno casero y mientras que lo tomamos intentamos disfrutar de todos los detalles que tenía la casa; suelos, techos, ventanas,…una maravilla. Los pequeños objetos que  decoraban la estancia indicaban que se había ido recogiendo a lo largo de muchos años y con mucho cariño, que cada uno tenía su pequeña historia o significado. Carlos, que aún estaba preocupado y sobrecogido por el incidente nos hizo un pequeño descuento al pagarle en efectivo y un pequeño regalo a cada uno.

Y partimos rumbo al sur, a Marino Ballena aunque antes decidimos sobre la marcha hacer una breve parada en Dominical, pequeño y tranquilo pueblo costero con una enorme playa. Compramos algunas cosas para los chicos y seguimos nuestro camino. Pero no encontramos ninguna señal que nos dirigiera al parque de Marino Ballena por lo que lo dejamos en la carretera atrás y  tuvimos que regresar.

Una vez localizado se vuelve a repetir la estampa de los que intentan dirigirnos a su aparcamiento, pero esta vez llevábamos la lección aprendida, así que vamos hasta el último donde lo dejamos.

7 dólares por cabeza. Son las 10,30 y hasta las 11 la marea no sube. 

Lo más característico de este parque es su curiosa forma de “cola de ballena” una franja de tierra que se adentra en el mar y que es cubierta por las aguas cuando la marea sube. Hay gente que lleva drones para grabar desde el aire esta inconfundible imagen. 

Así que a la carrera caminamos por una inmensa playa hasta esta “cola”. Y allí contemplamos el mar a nuestra derecha e izquierda. En el centro nos encontrábamos nosotros. 

Nos acercamos al final pero rápidamente damos la vuelta y observamos como las aguas han cubierto parte ya de esta lengua de tierra que es la “cola de la ballena”. Con el agua en los tobillos atravesamos esta franja y disfrutamos ahora con tranquilidad de una gigantesca playa tropical de arenas blancas con sus palmeras esparcidas por ella.

 El día es precioso y el sol resalta los colores: azules, blancos, verdes…

Recibimos un SMS de nuestro alojamiento de esta noche, Rio Tico Safari. Ya antes habían llamado pero al no identificar el número de teléfono no lo habíamos cogido. El costo de las llamadas es elevado. El mensaje dice que se ven obligados a cancelar la reserva para esta misma noche ya que ha habido un desprendimiento en la carretera que impide que lleguemos. 

Así que buscamos una buena sombra bajo una palmera SIN cocos y con un teléfono móvil buscamos hoteles cercanos mientras que con el otro hacemos las llamadas. Poder compartir los datos de la tarjeta Kolbi con el teléfono de Angel había dado un fruto muy útil. 

Pedimos a Rio Tico Safari que nos aconsejara alguno, pero no respondió nuestra llamada ni a nuestro SMS, lo que hizo una hora después, cuando ya lo habíamos solventado.

Era sábado así que unos no contestaron nuestra llamada y otros estaban completos. Pero lo encontramos en Ojochal, cerca de donde estábamos y de Rio Tico Safari: el Diquis del Sur con un precio más barato que el inicialmente reservado.

Y cuando lo dejamos arreglado nuestra atención se centró en absorber bien todo lo que teníamos alrededor: el azul intenso del océano Pacífico, el dorado de la arena, el verde de las palmeras y de las suaves lomas que nos circundaban y...unos cangrejillos que iban y venían y que se afanaban en unos agujeros. Y me acerqué a observar su trajín que consistía principalmente en sacar arena de un agujero.

Impregnados ya del lugar iniciamos el regreso y vimos como un par de botes llegaban a la playa desembarcando turistas. Les pregunté si aún se podían avistar ballenas y me dijeron que no. Así que tras probar un coco americano -hasta ahora solo los había catado los del sureste asiático-  regresamos al aparcamiento poniendo rumbo hacia nuestro recién reservado hotel.

Llegamos por una pista de arena con alguna que otra subidita. Encontramos un delicioso rincón. 

Era un inmenso jardín en lo alto de una loma asomada al Pacífico que se podía vislumbrar al fondo donde habían ido colocando cabañas, unas de madera  individuales y que estaban ya completas, y casitas  con habitaciones de dos en dos, serían “habitaciones pareadas”. Las vistas eran preciosas, rodeadas de un bosque cercano. Tenían aire acondicionado además de un ventilador y fuera una mesita con sillas  y un frigorífico. Nos atiende Luis, un joven encantador.

Tras pedirle consejo por un lugar para comer y dejar las maletas, nos acercamos al restaurante Fusión, en la carretera donde disfrutamos de una deliciosa comida. Era tarde ya, pero no tienen horario para servir comidas además de que por lo general son muy rápidos.

Después nos dirigimos a la cascada Pavón. Ascendemos durante 4 kilómetros por una pista hasta que alcanzamos esta cascada y, qué coincidencia, que al lado vemos una señal que indica el Rio Tico Safari. 


Cuando pregunto a unos jóvenes nos dicen que junto a la pista  había algún resto que indicaba que podría haber habido algún desprendimiento, pero que estaba ya arreglado. Nosotros, sinceramente, no notamos nada en especial.

Sobre las 16 horas regresamos a descansar, escribir, hacer cuentas y planificar nuestra estancia en la estación biológica de La Sirena para lo que hablo con Diana, de Surcos Tours y lo dejamos todo preparado. Mañana llegaríamos allí.

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