Tirolinas. Excursión nocturna. Curi-Cancha
De Arenal a Monteverde. Tirolinas
y excursión nocturna. (21 de noviembre)
A las 5 estamos en pie y a las 6 o 6,30 salimos a la carretera. El cono
del volcán continúa oculto por las nubes.
No ha habido suerte, parece que es lo frecuente.
Ponemos rumbo a Monteverde en un día gris por una carretera sinuosa
pero en buen estado. Circulamos solos y
a veces llueve lo que ellos llaman “pelo de gato” y nosotros “chirimía o
mojabobos”.
La carretera inicialmente bordea el lago para luego comenzar a ascender
y en un punto determinado se acaba el asfalto y comienza una pista forestal
llena de agujeros. Por delante tenemos unos 30 kilómetros hasta nuestro destino
y el navegador calcula una hora. Sorprendentemente nos cruzarnos con camiones
americanos de hasta cinco ejes.
Entre niebla, lluvia y sorteando agujeros nos quedamos parados detrás
de uno de estos enormes camiones y allí
permanecemos.
Pero tenemos suerte y una excavadora lo engancha por delante con su
pala, el camión acelera y consigue salir de allí. Todo arreglado. No ha pasado
nada…fuera de lo habitual. Continuamos nuestro camino acompañados por la niebla
y sorteando agujeros. El coche nos dice que el gasto de gasolina es el máximo,
calculamos que unos 10
litros a los 100 kilómetros. Y no es de extrañar.
Después de la subida comienza el descenso y la niebla comienza a
disiparse. Detrás de una curva nos encontramos frente a una ladera sembrada de
café y vemos como una rapaz cae al suelo y sube a un poste con lo parece un
pequeño roedor entre sus patas que engulle de un solo bocado. Sorprendidos por
la brevedad y la intensidad del momento nos miramos y nos decimos que tal y
como se lo ha tragado debe ser el aperitivo de la mañana.
Alrededor de las 10 horas llegamos al hotel, al Belcruz Bed and
Breakfast. Allí nos deja el navegador del teléfono demostrándonos una vez más
funcionar a la perfección mientras que el del coche tiene muchas limitaciones,
aunque éste resulta mejor para transitar
por las carreteras eligiendo el mejor camino y rechazando los “atajos” que a veces selecciona
el google map.
Nuestra habitación no está preparada, pero dejamos las maletas en la
recepción. El tiempo es bueno e inmediatamente me pongo en marcha con una de
las actividades previstas para Monteverde: el canoping o tirolinas y desde la
recepción llaman a Selvatura tour para reservarnos el tour a las 11,30. Como nuestro
guía para la excursión nocturna y diurna del día siguiente, Cristian, es
familia de los propietarios del hotel, ya nos dan información de él. Todo indicaba
que el tiempo permitiría hacer nuestra pequeña incursión en la noche.
Nos dirigimos a Selvatura tour siguiendo las instrucciones del
navegador del teléfono que nos lleva por pistas de tierra. En esta parte del
mundo no parece existir el asfalto. Subimos, bajamos, derecha, izquierda…hasta
que nos depositó a las
puertas. 50 dólares por persona.
Aunque en distintas partes del país se puede practicar esta actividad
de deslizarse por encima del bosque a través de unos cables o tirolinas, elegí
Monteverde por estar aquí las de mayor recorrido y estar localizadas en el
bosque nuboso, un bosque casi siempre cubierto por niebla lo cual también tenía
su encanto. En Monteverde hay muchas empresas que hacen distintos tours en
distintas partes del parque pero nos aconsejaron esta empresa en cuanto a
seguridad. Aquí podemos disfrutar de deslizarnos por 13 cables que suman 4 kilómetros incluyendo uno de 1
kilómetro de longitud. Además incluye lo que ellos llaman el Tarzán Swing, que es tirarse por una cuerda
siempre sujeto por un arnés (similar a Tarzán en una liana) además de poder
hacer el último cable como “superman” por un precio adicional, colocando unos
dispositivos especiales para deslizarse por este cable tumbado boca abajo como
Superman.
Un poco antes de la hora acordada, diferentes jóvenes se encargan de
prepararnos a cada uno de los componentes del grupo colgándonos todo tipo de
aparatos, cuerdas, poleas y un casco, y vemos que a Angel le han colocado un
arnés que le coge también el pecho y la espalda, lo que no me han puesto a mí.
Preguntamos y nos dicen que en realidad es más fácil deslizarse con ese arnés
así que buscan uno para mí, pero ya no hay aunque se comprometen a llevármelo. Aunque
no llovía, había niebla y yo no preví esto así que pedí algo para cubrirme y me
ofrecieron una capa de agua que se quedaría sucia y hecha un gurruño, pero me
mantuvo seca.
Subimos a un 4x4 que nos acerca
a un camino por el que ascendemos
hasta la plataforma donde nos dan unas breves instrucciones. Parece sencillo,
pero no tanto como colgarse y dejarse llevar. Somos unos 9 o 10, entre
españoles, una pareja brasileña y americanos, todos más jóvenes que nosotros, con
un total de 3 o 4 guías.
Y subimos unas escaleras hasta quedar en la primera plataforma de “lanzamiento”. Y la
verdad, una vez arriba, impone. Aún no
ha llegado mi arnés pectoral e insisto. Dicen que están en ello. Saltamos un
poquito y nos enganchan al cable. La primera tirolina es corta y la hago sola.
Es divertido pero todavía no estoy relajada del todo. Detrás de mí ha quedado una
joven portuguesa que dicen que ha roto a llorar y se ha negado a continuar así
que deja a su pareja sola regresando.
Afrontamos ahora la segunda, y en esta me dice un guía que viene
conmigo. Yo me revelo pero si él lo dice, será por algo así que enmudezco. Mi
dispositivo pectoral sigue sin llegar y yo sigo insistiendo. Mi joven guía va
detrás de mí y nos lanzamos al vacío. Él abraza mis caderas con sus piernas para
formar una unidad y nos deslizamos por encima de las copas de los árboles. Nos
acercamos a la niebla y nos introducimos velozmente en ella. Oigo el silbido de
las poleas, abajo vamos dejando las verdes copas de los árboles y a ambos lados
girones de niebla. Es una delicia. Debe ser muy parecido a volar. Ahora ya
disfruto del momento, que dura poco, porque cuando quiero darme cuenta otro
joven me espera en la plataforma siguiente para frenar mi deslizamiento. Y doy
las gracias a los botánicos que idearon esto. Lo que en un principio fue una
forma que utilizaban ellos para desplazarse en la selva de árbol a árbol, se
convertiría después en una diversión profana.
Y por fin llega mi arnés. Cuando me lo ponen, compruebo que es más
sencillo ya que no debo sujetar mi espalda en el vacío, sino que lo hace el
arnés, por lo que el esfuerzo es menor. Y eso que la práctica del pilates me
proporciona unos músculos abdominales aceptables por lo que recomiendo que si
alguien ya entrado en añitos quiere practicar esta actividad más cómodamente,
pida este dispositivo adicional.
Angel y yo somos los abuelos del grupo, por lo que nos tratan todos con
mucho cariño. En cada plataforma me preguntan que como voy pero no les debo
causar ninguna preocupación porque mi cara debe reflejar mi entusiasmo.
Entre algunas plataformas tenemos que
desplazarnos andando y a veces ascendiendo y tienen preparado una ingeniosa y
divertida sorpresa que provoca la hilaridad de todo el grupo.
Continuamos de cable en cable hasta llegar al “tarzan swing”. Suben a
una plataforma, les enganchan el arnés y les dan una cuerda y se lanzan. Observo que se
produce un golpe seco a la altura de la zona lumbar que puede ser mayor o menor
en función de la habilidad que tenga cada uno y de la fuerza en los brazos para
amortiguarlo. Mis lumbares –con dos hernias- no me permiten hacerlo, así que ni
me lo planteo y lo mismo le pasa a Angel aunque los que lo hacen parecen
disfrutarlo mucho.
Y llegamos al final donde algunos deciden hacer el último kilómetro de
cable tumbados boca abajo, a modo de Superman y los preparan para ello. Nosotros
hemos decidido no hacerlo pero sencillamente porque creemos disfrutar más de la
forma clásica. Se recorre en tándem y nos preguntan si lo queremos formar nosotros dos o con un guía cada uno. Y Angel dice que
prefiere hacerlo con un guía, así que de nuevo formamos una improvisada pareja
con nuestros respectivos guías y nos lanzamos al vacío en paralelo, compitiendo
en velocidad. Nos desplazamos durante un kilómetro a una buena velocidad,
dejando abajo las copas de los árboles atravesando la niebla que a trozos cubre
nuestro recorrido. Disfruto como una niña. ¡qué lástima que se acabe!.
Sobre la última plataforma vamos esperando a los restantes miembros del
grupo. Oímos el peculiar ruido que hacen las poleas sobre los cables y vamos
viendo como nuestros compañeros surgen entre la niebla. Al final vienen los que
han hecho el “superman”, el grupo de jóvenes españoles y el brasileño, con
auténticas caras de entusiasmo.
Descendemos hasta llegar al edificio central donde encontramos un gran
espejo en el que nos vamos mirando todos, y a la vez que sorprendidos, dibujamos
una gran sonrisa, y es que estamos con nuestras caras llenas de la grasa de las
poleas y barro que se ha ido desprendiendo de los cables con la humedad.
Y se acabó. Una experiencia única y muy recomendable.
Ahora nos dirigimos a comer al restaurante “Nuestra tradición” a unos 5 minutos de nuestro hotel.
Un casado y yo necesito variar y tomo otro plato distinto. Unos 12 dólares los dos. Gente encantadora
y el sitio muy tranquilo y bonito.
Añadir que el horario de las comidas allí es, como en casi el resto de los países excepto en
España, sobre las 13 horas como tarde,
aunque sirven comidas independientemente de la hora a la que se llegue.
Ahora ya podemos tomar posesión de nuestra habitación. En el edificio donde está la recepción y el comedor
del hotel tienen unos comederos para los colibries y allí los observamos por
primera vez fascinados.
Tomamos el coche y nos acercamos al alojamiento asignado. Muy
agradable. Es un edificio bajo donde se alinean las habitaciones con terraza y
vistas estupendas. Mucha luz y muy confortable. Para llegar a la recepción y
restaurante hay que tomar una senda que se introduce en un pequeño bosque que
tras descender y atravesar un riachuelo por un puente asciende hasta llegar al
edificio. Nos dicen que Cristian nos ha citado a las 17,30 de la tarde en la
reserva del bosque Nuboso, así que descansamos y a las 17 horas partimos en su busca.
Llegamos cinco minutos después y sorprendentemente estaba esperándonos.
Charlamos como si nos conociéramos ya y nos comenta que somos los primeros clientes
que tiene él solo –al parecer antes trabajaba para empresas- y que como lo contratamos
hace tanto tiempo nos ha conservado el privilegio de ir solos.
Así que tras repartirnos las linternas y tomar su telescopio nos
dirigimos a la oscuridad que nos abre un mundo nuevo y desconocido para
nosotros, tan solo mostrado en los
documentales de la televisión. Comenzamos con anfibios, arácnidos, insectos de
todo tipo, gusanos, era…fascinante. Nos descubre insectos palos, dos parejas en
diferentes momentos y ambas apareándose, insectos araña, una
extraordinariamente hermosa oruga, insectos hojas perfectamente camuflados, y un espectáculo cruel a la par que real: una
araña inyectando su letal veneno en un insecto palo mientras que este se
retuerce. En pocos segundos comienza a hacer un capullo sobre él.
Nos cruzamos con más gente y en un momento determinado vemos que con un
palo escarba entre la vegetación. Nos dice que en una noche llego a ver siete serpientes y que el otro día había alguna por
donde ahora hurgaba. Cuando confirma que no hay ninguna, nos internamos. Yo,
inicialmente me preocupo y Cristian nos dice que las serpientes no suelen estar
junto a los senderos ya que han aprendido que nosotros les espantamos la caza,
así que permanecen alejadas de ellos. Parece que su explicación me convence y me
tranquiliza y me olvido ya de que estoy rodeada por una completa oscuridad en
medio de un bosque donde viven infinitud de seres vivos, muchos de ellos
letales para mí y de que si Cristian despareciera nos convertiríamos en unos
seres completamente desorientados e indefensos. Creo que me haría una bola junto
a un árbol y esperaría la luz del día. Luego deshecho esa idea pensando en lo
que puede haber junto al árbol o desplazarse por él sin poder verlo. Aparto estos pensamientos de
mi cabeza y continuamos disfrutando del paseo nocturno. Descubrimos mantis, más
insectos hojas y si el anterior era verde, este marrón, más arañas, un tucán
durmiendo y un mono aullador, también durmiendo. Su telescopio nos acerca a
todos estos vertebrados que descansan en la noche. Pese a que buscamos también
la rana de cristal, no la encontramos.
Unas dos horas después terminamos nuestra peculiar excursión y
acordamos vernos a las 6,15 del día siguiente en un sitio determinado. Antes
Cristian había llamado al hotel para preguntar si nos podían preparar algo para
desayunar que pudiéramos llevarnos ya que la mañana iba a ser muy intensa. Le
dicen que aunque abren a las 6,30, a las 6 nos entregarán algo para llevar.
Alrededor de las 19,30 o 20 horas regresamos a nuestra habitación, y
como no tenemos ninguna gana de ir hasta la recepción para comer algo,
decidimos buscar entre nuestras reservas y después irnos muy pronto a dormir
Curichancha. (22 de noviembre).
A las 5,30 estamos ya levantados y a las 6 cogemos nuestro desayuno en
la recepción para quince minutos después llegar a nuestro punto de encuentro,
la panadería de Estela donde nos reunimos con Cristian.
Pero antes de entrar identificamos ya varias especies de aves que al amanecer comienzan a moverse. Después, entramos en la panadería y descubrimos un sitio único: en su parte trasera hay un arbol enorme muy defoliado que nos permite disfrutar de distintas especies de aves que vemos a la perfección incluso sin telescopio. Sus vivos colores las delatan. Y pienso en la cantidad de horas que los guías han debido de invertir para poder identificar cada ave, cada animalito que habita este bosque.
Pero antes de entrar identificamos ya varias especies de aves que al amanecer comienzan a moverse. Después, entramos en la panadería y descubrimos un sitio único: en su parte trasera hay un arbol enorme muy defoliado que nos permite disfrutar de distintas especies de aves que vemos a la perfección incluso sin telescopio. Sus vivos colores las delatan. Y pienso en la cantidad de horas que los guías han debido de invertir para poder identificar cada ave, cada animalito que habita este bosque.
Dejamos este peculiar sitio y tomamos el coche para dirigimos ahora a
la reserva de Curi-cancha. Se encuentra en el área de conservación
Arenal-Tempisque en el corazón de Monteverde. Protege 83 hectáreas la mitad de
bosque virgen, un poco menos de bosque secundario, y tan solo un 5% en
pastizales. Los rangos de altitud van desde los 1.450 metros a 1.615 metros.
Hay siete kilómetros de senderos naturales que
permiten explorar la flora y fauna del bosque tropical nuboso.
Curi-Cancha es un paraíso para los observadores de aves. El Quetzal, el
pájaro Campana, el pájaro Bobo, el Trogón vientre-anaranjado, y muchos otros se
ven con frecuencia. De hecho, más de 200 especies de aves han sido observadas
en Curi-Cancha. Nuestro objetivo es el Quetzal. Entre los mamíferos más vistos está
el armadillo, el pizote o coati, la guatusa, la martilla, el ocelote, el
perezoso de dos dedos, y tres especies de monos: el mono aullador, mono cara
blanca y el mono araña.
Y de la mano de Cristian nos vamos introduciendo en la magia de este lugar. Vamos charlando amigablemente. Nos dice que los guías saben dónde buscar, donde mirar . Me parece fascinante. Cristian nos dice que ellos cuando miran el bosque ven que hay algo que está y no estaba o que no debe estar allí y que ahora está. Eso inicialmente les llama la atención e investigan hasta descubrir el porqué. Están atentos a todo el entorno: sonidos, cantos, vegetación…Todo les proporciona información. Nos abre un apasionante mundo de distintas aves, colibríes, de distintas especies, casi hasta seis distintas. Y es que en un punto determinado de la reserva encontramos varios comederos a los que acuden muchos. No dejan de ir y venir en un nervioso y fascinante vuelo cuyo aleteo apenas percibimos. Los podemos observar a escasos 50 centímetros de nosotros, incluyo podemos sentir su aleteo en nuestras caras cuando pasan.
Cristian toma mi cámara para fotografiarlos, mientras que yo disfruto
de un espectáculo maravillo y único. En un momento determinado nos dice que nos
acerquemos a un comedero para que no vayan allí los colibríes y les obliguemos
a ir al otro. Entonces soy protagonista de un momento absolutamente mágico que
recuerdo hoy, mes y medio después, como si me acabara de ocurrir: un colibrí se
queda suspendido a 30 cm escasos de mi cara mirándome amenazadoramente con su
fino y gran pico. Dura tan solo unos segundos, pero soy capaz de sentir su
mirada y casi el roce de sus alitas con el vientecillo que genera su rápido
aleteo. Es difícil de expresar lo que sentí, pero tan intenso como breve.
Me fascinan estas aves, rápidas,
fugaces, hermosas, frágiles. Son….instantes de belleza cortos y condensados.
Y caminamos junto a Cristian en busca del quetzal y descubrimos una
buena persona, de las que cada vez quedan menos, sensible, amable y un
excelente profesional que no parece tener ninguna prisa.
Continuamos adentrándonos en esta reserva. Cristian maneja mi cámara
como si la tuviera de toda la vida y también nos descubre cómo hacer
fotografías con el teléfono móvil a través del telescopio obteniendo unas
imágenes casi de ilustración de libro.
El día es espléndido y luce un sol luminoso cuyos rayos se cuelan por
las copas de los árboles y entre las hojas originando un bonito espectáculo de
sombras y luces, resaltando los colores, intensificando la belleza de este
bosque. Escuchamos el ruido del viento entre la vegetación y disfrutamos del
completo silencio. Buscamos el quetzal, que nos dijo que come aguacates.
Engulle varios y luego escupe sus huesos, así que busca este árbol y está
atento a cualquier ruido que lo delate, pero pese a que nos fuimos a un lugar
donde habitualmente dice que siempre hay, pese a que lo llamó imitando sus
sonidos, no lo encontramos. Con otro guía con el que coincidimos comentó que
quizás el buen tiempo habría motivado que se fueran a otra parte del bosque
Decepcionados todos, pero sabiendo que las cosas pueden ser así ya que
no paseamos por un zoo, iniciamos el
regreso durante el cual vemos a un agutí y a un coati casi en la copa de un árbol
a unos seis metros de altura, como si fuera un mono. Los dos anteriores los
vimos en tierra y no pensé que podían moverse tan ágilmente por estas alturas.
Casi más de cuatro horas después, nos despedimos de nuestro guía deseándole toda la suerte del mundo, porque se la merece y nos dirigimos a Sabor Tico, restaurante que nos aconsejó, surtiéndonos antes en el supermercado cercano.
A las 14 estábamos de regreso, casi medio muertos. Yo había insinuado a
Angel que fuéramos por la tarde a visitar algún cafetal, pero, sinceramente, no
me pude mover hasta las 16 horas en que tomamos el sendero que nos llevaba a
recepción y donde me senté a ver colibríes.
Disfrute mucho de ellos, de sus idas y venidas, de cómo comían, o se posaban en ramas cercanas, de sus colores, de su vitalidad…Cristian nos dijo que vivían poco pero muy intensamente y que no se sabía mucho de ellos ya que si eran capturados para ser anillados morían con facilidad.
Y regresamos a la habitación donde, al salir a la terraza seguí
disfrutando de lo que naturaleza nos ofrecía, esta vez de unas avecillas un
poco más grandes que un gorrión y de un bonito azul pálido que se afanaban
entre las florecillas de un árbol frente a nosotros. También algún que otro
colibrí entre otras aves.
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