Parque Nacional de Tortuguero
La partida y
llegada (15 de noviembre)
Con nuestra tarjeta de embarque sacada el día anterior, nos presentamos
en el aeropuerto unas 4 ó 5 horas antes del vuelo ya que la hora de
desplazamiento coincidía con la hora punta en las carreteras madrileñas y
preferimos esperar tranquilamente en el aeropuerto que desesperarnos en un
atasco. Prácticamente entre facturar, pasar los controles e ir a la terminal
satélite, el tiempo se paso en un suspiro y a la hora en punto estábamos embarcando
y despegando “on time” a las 11,30.
Y sumo una casualidad más a mis viajes: un miembro de la tripulación
resultó ser una vecina con la que coincidía en los vestuarios de la
piscina. Cuando ella salía yo entraba. Y entre película y película, comer un
poco aquí y otro allá y charlar con Ana, el vuelo, aunque pesado al transcurrir
de día y resistirme a dormir para aclimatarme más rápidamente a las 7 horas de
diferencia que había con Costa Rica, pasó rápido.
Tomamos tierra unas nueve horas después del despegue, sobre las 16
horas allí (y las 23,00 española). Después de hacer los trámites de inmigración
nos dirigimos a recoger nuestra única maleta, ya que el resto del equipaje iba
en dos mochilas que a su vez eran troleis de equipaje de mano para facilitar el
movernos por lugares de difícil acceso,
así como embarques y desembarques en la misma playa con el agua en las
rodillas.
Atrás dejamos el mostrador de la empresa de telefonía Kolbi donde
teníamos pensado adquirir una tarjeta para el móvil de Angel. Y como tardaba en
ponerse en funcionamiento la polea decidimos acortar tiempo dividiéndonos. Yo
iría a comprar la tarjeta para el móvil y Angel se quedaría esperando la
maleta.
Cuando regresé al mostrador había cola y dos personas atendiendo. Angel
se unió a mí en poco tiempo y fuimos atendidos por un joven que resolvió todas
nuestras dudas. Así adquirimos una tarjeta telefónica para 15 días que nos daba unos 30
minutos de llamadas de teléfono locales (que luego fueron 60 con una oferta) y
comunicaciones de whatsapp ilimitadas gratuitas durante un mes. Eso nos costó
10 dólares. Llevábamos un teléfono viejo para poner allí la tarjeta movistar
que sacáramos del smartphone, pero no pudimos insertarla por su
tamaño. El teléfono se había quedado obsoleto, así que nos quedamos solo con
dos, el mío, y el de Angel cuyo número había cambiado, pero únicamente para las
llamadas ya que nos aclararon y comprobamos que para el whatsapp el número de móvil no se
modificaba. Las llamadas internacionales seguían siendo prohibitivas, así que
mejor pensar que no íbamos a necesitarlas.
Ya solo nos quedaba encontrar a nuestro conductor y sacar dinero en efectivo en moneda del país,
colones. Nuestro chófer nos esperaba fuera y mientras que fue a buscar el
transporte, Angel fue a un cajero automático donde extrajo unos 300 euros en
colones, lo que hicimos sin problema frente a la terminal internacional.
Una vez en la van que nos llevaba a nuestro hotel, el colonial Costa
Rica, nuestro conductor nos hizo una pequeña introducción al país dándonos unos
valiosos consejos sobre todos los lugares que íbamos a visitar.
San José era un atasco inmenso así que tardamos más de una hora en
llegar y cuando lo hicimos era ya de noche, ya que a las 17 o 17,30 anochece.
El hotel se encontraba en el centro de la capital. Tomamos posesión de
nuestra habitación, muy sencilla, casi básica, con dos camas dobles y baño y decidimos salir
a caminar por los alrededores.
Paseamos por calles algo destartaladas hasta llegar a una zona peatonal
con bastantes puestos de comida, pero
ninguno nos convenció. Tampoco nos encontrábamos cómodos ya que había leído que
la capital por la noche no era muy segura, así que después de esta toma de
contacto decidimos regresar al hotel donde abrimos la barra de lomo embuchado
envasada al vacío que trajimos de Madrid y con unas tostas de pan cenamos algo
frugalmente, pero bien.
No tardaríamos en irnos a dormir ya que mañana nos recogerían a las
6,15 para llevarnos a Tortuguero.
Tortuguero. (16 y 17 de
noviembre)
Durante la noche y la madrugada nos sorprendió el ruido de la ciudad, y
sobre todo, las bocinas de los camiones, que no paraban.
Un poco antes de las 6 bajamos a tomar un pequeño desayuno de café con
tostadas y cereales ya que hasta las 7 no comenzaban a servirlos. Mantenemos
una agradable conversación con nuestra recepcionista que resulta ser una
estudiante de biología genética con un bebé a su cargo. A las 6,15 llegó
nuestro autocar. Estuvimos recorriendo San Jose recogiendo otros turistas,
aunque en algunos casos utilizaron pequeñas lanzaderas que acercaban un grupo
de 5 ó 6 al autobús. Así “hasta completar aforo” reuniéndonos un nutrido y variado grupo de guiris, europeos en su
mayoría, alemanes, ingleses, franceses, italianos, españoles,…con el destino de
Tortuguero en común. Los guías daban las instrucciones en inglés, primero y luego en español.
Así el autocar nos empezó a mostrar la belleza de este país, verde,
lleno de vegetación y también sus carreteras, la 32 y en especial cuando atravesamos
la cordillera central que separa el Este y Oeste de este país, el Atlántico del
Pacífico.
En el ascenso y descenso del Parque Nacional de Braulio Carrillo nos
cruzamos con enormes camiones americanos que subían pisando huevos encabezando
enormes filas de turismos que cuando había algún carril de adelantamiento
aprovechaban para pasar. En mi ignorancia pensé que teníamos que regresar por
aquí conduciendo nuestro propio vehículo y los pelos se me pusieron como
escarpias.

Tomamos un suculento desayuno para después continuar nuestro camino hacia
el embarcadero, La Pavona.
Es un restaurante con un gran aparcamiento junto al
embarcadero, con mucha gente y donde cobran religiosamente por ir al baño.
Si al número de turistas bajando, subiendo, tirando de sus maletas, sumamos el calor, resultaba hasta agobiante. Allí encontramos varias lanchas “aparcadas en batería” que van cargando nuestras maletas en función de nuestros hoteles de destino. Luego, procedemos a embarcar nosotros para lo cual tenemos que descender por un pequeño terraplén de arena. Afortunadamente el terreno está seco. Supongo que con barro debe ser un poco más complicado.

Si al número de turistas bajando, subiendo, tirando de sus maletas, sumamos el calor, resultaba hasta agobiante. Allí encontramos varias lanchas “aparcadas en batería” que van cargando nuestras maletas en función de nuestros hoteles de destino. Luego, procedemos a embarcar nosotros para lo cual tenemos que descender por un pequeño terraplén de arena. Afortunadamente el terreno está seco. Supongo que con barro debe ser un poco más complicado.
Durante una hora descendemos por el río Suerte en lanchas muy rápidas
que disminuyen su velocidad únicamente en los meandros. A los márgenes
observamos una exuberante vegetación y aunque nos dijeron que podríamos
comenzar a ver animales, únicamente pudimos disfrutar de una furtiva tortuga y
alguna ave que otra.
Llegamos a nuestro hotel, el Aninga, situado al borde del agua y nos
reciben ofreciéndonos una bebida muy dulce y especiada.
Desde allí caminamos por unas pasarelas de madera elevadas un metro sobre el suelo y rodeados de la densa vegetación de la selva. Los distintos edificios y lodge del hotel se reparten a ambos lados de este pasillo de madera. Al final de uno encontramos nuestro alojamiento.
Es nuestro primer contacto con este tipo de hoteles tan curiosos como frecuentes en Costa Rica. Se trata de una cabaña de madera, con grandes ventanales sin cristales, únicamente cerradas con mosquiteras y cortinas y rodeados por una espesa vegetación que apenas permite que entre el sol. Unas cabañas distan de otras varios metros por lo que da la sensación de estar en medio de la selva. En su interior dos camas dobles de distintos tamaños y un baño completo.
Desde allí caminamos por unas pasarelas de madera elevadas un metro sobre el suelo y rodeados de la densa vegetación de la selva. Los distintos edificios y lodge del hotel se reparten a ambos lados de este pasillo de madera. Al final de uno encontramos nuestro alojamiento.
Es nuestro primer contacto con este tipo de hoteles tan curiosos como frecuentes en Costa Rica. Se trata de una cabaña de madera, con grandes ventanales sin cristales, únicamente cerradas con mosquiteras y cortinas y rodeados por una espesa vegetación que apenas permite que entre el sol. Unas cabañas distan de otras varios metros por lo que da la sensación de estar en medio de la selva. En su interior dos camas dobles de distintos tamaños y un baño completo.
Tras tomar posesión de un lugar tan especial para nosotros, nos dirigimos al restaurante para tomar
nuestro almuerzo.
Allí teníamos mesa asignada según el número de lodge. Nuestros
compañeros resultaron ser dos parejas “bárbaras” que comían en silencio. Hasta que lo rompí preguntando de donde eran: de
Birmingan, Reino Unido y de Stutgar, Alemania. Los británicos terminaron pronto
y marcharon y los alemanes les siguieron al poco tiempo.
Tras comer decidimos ir por la tarde al pueblo de Tortuguero donde nos
encontraríamos con nuestro guía, Rafa Alvir con el que habíamos contactado
desde Madrid.
La visita al Parque Nacional de Tortuguero estaba incluida en el
paquete contratado, pero las lanchas del hotel tenían una capacidad para unas 20 personas con motor a gasoil y guía en
inglés y español, así que preferí
contratar a Rafa que me desplazaría en
una lancha pequeña permitiéndome aprovechar más el tiempo y un contacto más directo con este lugar.
Contactamos con él a través de
whatsapp para confirmar la visita y una
vez en Tortuguero le llamamos para acordar detalles. Como la entrada estaba
pagada y disponíamos de poco tiempo para
la visita de mañana ya que teníamos que regresar al Aninga a las 8,30 para que
nos llevaran de regreso a La
Pavona, nos pidió que se la lleváramos hoy
para hacer las gestiones con el parque
y así ganar un poco de
tiempo porque según nos dijo 2 ó 3
horas era tiempo muy limitado. Así nos dio las indicaciones para llegar a su
casa. Y tras pedir en la recepción del hotel nuestras entradas al parque nos
dirigimos al embarcadero.
Señalar que habitualmente la estancia en este Parque suele ser de dos
noches. Nosotros la redujimos a una dado que ya no había desove de tortugas,
motivo principal de visita a este lugar, y nos limitaríamos únicamente a
conocerlo como nos habían recomendado.
Con un poco de retraso, una lancha nos recogió en el muelle del hotel
para dejarnos unos cinco minutos después al otro lado de este enorme río, en el
embarcadero de Tortuguero. Desde allí nos dirigimos a la playa donde nuestro
guía nos señaló los enormes agujeros donde las tortugas habían anidado depositando
sus huevos de donde ya habían salido las tortuguitas.
La inmensa playa de Tortuguero, la primera del Caribe que veíamos
nosotros, se extendía ancha, enorme a nuestra derecha e izquierda. Arena y troncos desparramados por ella, el
mar la cerraba por un lado y por el otro las palmeras. Tras caminar un poco
nuestro guía nos dio permiso y por la
“avenida central” caminamos en busca de Rafa.
Tortuguero es una calle de arena donde se alinean pequeñas y sencillas casas y comercios a derecha e izquierda hasta la entrada al parque nacional. A ambos lados, agua: el mar Caribe por un lado, y el río Suerte por otro. Así que en realidad caminábamos por una lengua de tierra.
iguana macho |
A Rafa nos costó encontrarle, pero mientras disfrutamos de nuestra primera iguana, un macho enorme subido en un árbol donde el sol de la tarde resaltaba sus hermosos colores. También de un grupo de aves de colores pardos que comían lo que parecían ser unos deliciosos frutos o flores. Caminamos por esta calle fascinados por todo lo que nos rodeaba: colores, olores, flores, aves, animales y vida, mucha vida y animación pero también, tranquilidad.
Tuvimos que llamar a Rafa por teléfono hasta que conseguimos dar con él. No era difícil pero el problema estaba en los distintos sistemas que utilizamos unos y otros para orientarnos. Ellos, los puntos cardinales, nosotros derecha e izquierda tomando como punto de referencia el embarcadero, pero al final nos encontramos. Tampoco era muy difícil ya que su casa estaba en esta calle principal.
Rafa resultó ser un costarricense encantador, lleno de vida y humor, comunicativo, cercano y muy cariñoso, de unos 50 años casado con una chavala de 25. Acordamos que nos recogiera al amanecer del día siguiente, a las 5,30 para así disponer de 3 horas para recorrer el parque. Nos dijo que dada la limitación de tiempo llevaría la barca de motor que utilizaría para movernos más rápidamente en los desplazamientos más largos usando luego los remos para los más cortos o por los canales más pequeños del parque.
Rana de ojos rojos |
Mientras embarcábamos nos mostraron una pequeña y hermosa ranita verde que impasible y orgullosa nos observaba con sus enormes ojos desde su palo mientras que todos nos acercábamos a mirarla y hacerla fotos.
De regreso a la 16,45 nos
pusimos un bañador y nos dimos un relajante baño en la piscina para después
acudir a la hora concertada al restaurante para disfrutar de la cena con
nuestros “parlanchines” compañeros que acudieron más tarde. Y, sinceramente,
pese a lo sociable que soy, no los eché de menos.
Nos fuimos pronto a la cama, a las 9, pero durante toda la noche no cesó de llover,
y con intensidad, tanto, que pensamos si se anularía la excursión. Y supusimos
que la lancha del hotel tendría techo mientras que la de Rafa no. Le envíe un whatsapp con la duda de si se mantenía o suspendía la
visita. No respondió, así que nos preparamos para recibir agua y
entre gorros, capas de agua, etc., cogimos también un paraguas para poder guarecernos durante el paseo.
Bajamos al restaurante donde tomamos un café sobre la marcha ya que era
muy temprano para que sirvieran desayunos y nos llevamos unas galletas que
tomamos mientras bajábamos al embarcadero donde ya nos esperaba Rafa.
Parque Nacional de Tortuguero. El paraíso del agua
Atravesamos este impresionante río a motor para adentrarnos en una zona
de pre-parque mientras que abrían la visita al mismo, a partir de las 7. Rafa nos dijo que este lugar le gustaba especialmente.
Y a nosotros también.
Nos sumergíamos en un hermoso paisaje verde donde el agua era la protagonista indiscutible. La proa azul de la barca se deslizaba hacia las orillas cargadas de todo tipo de vegetación y entre ella fueron apareciendo distintas aves que Rafa nos fue mostrando. Tranquilas, impasibles, nos observaban a escasos metros de nosotros. No parecían temernos y allí permanecían, algunas con sus alas desplegadas esperando a que el sol las secara.
Aninga |
El marco era de incomparable belleza. Parecía que flotáramos
deslizándonos por un edén y mis ojos no sabían a dónde mirar para poder abarcar
toda la belleza que me rodeaba. Y este entorno me transmitía una enorme
serenidad. Es como si el tiempo se hubiera detenido y solo nos encontráramos
los tres, en medio de toda aquella exuberancia y belleza. Y además, el sol nos
regaló su luz y las nubes se fueron disolviendo para dar lugar a un cielo azul
y un aire transparente y limpio. ¡Qué belleza!. Casi onírica. Intentaba
asimilar lo que veía, disfrutarlo, fotografiarlo, grabarlo....me sentía casi
desbordada.
Con nuestros tamales, Rafa busco un rincón donde poder disfrutar de ellos. Así nos introdujimos en un recodo rodeados de una espesa vegetación que nos ocultó del resto del mundo para dar cuenta de esta especialidad mientras que manteníamos una agradable charla con él.
![]() |
Jacana |
Después abandonamos los grandes canales por donde navegaban también
otras lanchas, para introducirnos por otros
más pequeños, a veces por agujeros rodeados de una vegetación tan espesa que
tenían el tamaño justo para pasar. Un auténtico laberinto de canales de agua
por los que circulamos a remo, deslizándonos despacio, en silencio, disfrutando
de toda la belleza que nos rodeaba. Nos cruzamos con más barcas pequeñas cuyos
ocupantes al igual que nosotros, miraban fascinados a un lado y a otro.
Vimos caimanes, basiliscos, monos aulladores, iguanas, zopilotes, martín pescador, garzas, jacanas, entre otras aves, mariposas morfo y perezosos...
Pero la hora se acercaba, y Rafa parecía abducido y aunque era consciente de que el tiempo se agotaba, se resistía y según regresábamos miraba y se acercaba aquí y allá para mostrarnos más tesoros. Es fácil perder la noción del tiempo, e incluso del espacio en una barca en medio de este paraíso. Y tuvimos que decirle que ya no podíamos ver más, aunque nos pesara, que no llegábamos a la hora acordada. Y lamenté haber cogido este paquete completo desde San Jose que incluía todo.
Así que desde estas líneas aconsejo elegir otra fórmula que no limite a 2 o 3 horas la visita al parque.
Cuando regresamos a todo motor al embarcadero, ya estaba el resto del
grupo esperando. Eran las 8,35 y la hora acordada era las 8,40. Creo que
incluso el guía del grupo llegó a llamar a Rafa. Subimos corriendo a nuestro lodge y recogimos el
equipaje. La encargada nos entregó una bolsa con el desayuno que se convertiría en
nuestra cena ya que aún estábamos
digiriendo los tamales.
A la hora acordada y tras cargar todos los equipajes, subimos a nuestra
lancha remontando ahora el río. A pesar del estupendo día, hoy únicamente
encontramos una tortuga y otro basilisco y seguimos nuestro camino hacia la
Pavona.
Una vez allí, había que descargar todo el equipaje, así que guías,
conductores y pasajeros formaron una fila para ir llevando las maletas desde la
barca hasta tierra. Y como siempre, hubo quien colaboró hasta el final y otros,
que lo evitaron. Angel formó parte de esa fila, lo que no me gustó. No tiene la
espalda para ferias y había gente más joven para hacerlo. Dos días después
tendría una contractura que le estaría dando alguna guerra y que yo relacioné
con este capítulo.
Hacer un pequeño inciso para hablar del calor que sufrimos en
Tortuguero lo que junto con la gran humedad, lo hace casi agobiante. Y este
calor lo seguimos padeciendo mientras que esperábamos a que nuestro autocar nos
viniera a recoger.


Esperamos durante 45 o 50 minutos a que nuestro transporte llegara para
dejarnos en Guapiles, en el restaurante El Ceibo donde teníamos previsto
recoger nuestro 4x4. Tiempo maravilloso perdido y que podríamos haber empleado
en visitar el parque con tranquilidad.
Cuando llegó nos organizaron en función de los distintos destinos. De
nuevo manejaban un grupo muy grande y heterogéneo. Algo de lo que dijeron los
guías no coincidía con lo que yo tenía previsto y así se lo hice saber. Según
ellos, en el restaurante no estaba la empresa que nos alquilaba nuestro vehículo así que tuvieron que ponerse en contacto con nuestra
agencia, Asuaire para aclararlo.
Mientras nos desplazábamos contacte con el hotel donde íbamos a pernoctar esa noche para comunicarles nuestro posible retraso y nos informan de que la carretera estaba en obras y que habría “presas” (retenciones) en varios puntos lo que podría demorar nuestra llegada hasta las 18 horas, cuando anochece sobre las 17 o 17,30. Y no me gusta conducir por la noche, y menos, en un país desconocido.
Mientras nos desplazábamos contacte con el hotel donde íbamos a pernoctar esa noche para comunicarles nuestro posible retraso y nos informan de que la carretera estaba en obras y que habría “presas” (retenciones) en varios puntos lo que podría demorar nuestra llegada hasta las 18 horas, cuando anochece sobre las 17 o 17,30. Y no me gusta conducir por la noche, y menos, en un país desconocido.
Una vez en el Ceibo, tomamos nuestro almuerzo y a la hora prevista y ya
en el exterior, a los que teníamos que recoger el vehículo de alquiler nos
repartieron, cinco o seis personas irían en una van hasta la oficina de alquiler de los coches, National Car
Rental, y el resto, cuatro, entre los que estábamos nosotros, en el autocar. No me
gustó ser tantos: una sola persona entregando vehículos podría suponer una
espera de cerca de 1 hora y el tiempo se echaba encima y pasaban ya 30 minutos
de las 14 horas. Así que me dirigí al responsable para pedirle por favor ser de los primeros a los que entregaran el vehículo explicándole el motivo y a ello
se comprometió, pero cuando llegamos estaba atendiendo a una familia alemana y
tenía otra pareja en espera. Tendríamos que esperar a que llegara un compañero
de refuerzo que estaba de camino.
No tardó en llegar y darnos unas breves explicaciones sobre nuestro
vehículo, de mayor categoría que el que inicialmente teníamos contratado y
pusimos rumbo a Cahuita. El navegador no fue capaz de reconocer el hotel pero para
nuestra sorpresa sí el teléfono móvil donde días antes me había descargado los
mapas de Costa Rica sin conexión, como experimento, pensando en que al no tener
datos no funcionaría. Pero sorprendentemente sí lo hizo y a la perfección. Fue marcando nuestro rumbo sin mayores
problemas. Luego me di cuenta de que los datos nada tenían que ver con la señal
GPS. Así el navegador del coche nos dirigió
hasta Cahuita y una vez allí utilizamos el navegador del teléfono hasta nuestro alojamiento.
Y por fin sentía que recuperaba mi libertad. Primero me invadió una
sensación de desasosiego, de desamparo. Ahora estábamos solos en medio de este
país desconocido para nosotros, pero por otro lado sentía la alegría de que mi
tiempo era ya mío, completamente. Así es como me gusta viajar. Será que me he
vuelto cascarrabias pero cada vez aguanto menos a la gente, me vuelvo mas
selectiva, que ya lo era, y tengo la horrible sensación de que pierdo el tiempo
y eso es un lujo que no me puedo permitir.

La cabina era básica pero rodeada de un hermoso jardín. Era una cabañita de madera en la que había dos habitaciones “pareadas” e independientes con baño, aire acondicionado y un porche con mesa, sillas y una hamaca colgada. Vemos por primera vez un agutí paseando como si fuera un animal doméstico. También en la mañana de partida observaríamos por primera vez lo que nos pareció un colibrí ya que tenía el tamaño de abejorro gordo.
Dejamos nuestro equipaje y nos acercamos a la playa negra, de arena
negra como su nombre indica y a unos 200 metros del
alojamiento. Un camino ancho salpicado de casas y algún que otro chiringuito
discurre hasta el pueblo Después
decidimos darnos un baño en la pequeña piscina. Y tomamos nuestra cena (el
sanwich que nos hicieron en el Aninga) dentro de la habitación ya que fuera el
calor resultaba muy molesto y dentro disfrutábamos del aire acondicionado.
Y decido ponerme de nuevo en contacto con Fernando, el responsable de Photo Tour o nature photo tour (ecoventure cr.com) con el que mañana haríamos un tour de snorkelling por el arrecife. Como ya me había hecho en otras veces cuando le pedía información concreta, me respondió “pura vida” citándonos a las 9 junto al restaurante miss Edith, que luego supimos que era de su hermana. No obstante le pasé el teléfono de Angel que tenía la tarjeta Kolbi por si había alguna incidencia.
Esa noche me puse a “trastear” con el móvil hasta conseguir compartir los datos con el teléfono de Angel de tal manera que ambos estábamos conectados y podríamos disfrutar de conexión a internet y whatsapp.
Anterior: Preparación
(Ir a pestaña en parte superior)
Siguiente: Cahuita
(Ir a la pestaña en parte superior)
No hay comentarios:
Publicar un comentario