Partimos. Tortuguero

Parque Nacional de Tortuguero

La partida y llegada (15 de noviembre)

Con nuestra tarjeta de embarque sacada el día anterior, nos presentamos en el aeropuerto unas 4 ó 5 horas antes del vuelo ya que la hora de desplazamiento coincidía con la hora punta en las carreteras madrileñas y preferimos esperar tranquilamente en el aeropuerto que desesperarnos en un atasco. Prácticamente entre facturar, pasar los controles e ir a la terminal satélite, el tiempo se paso en un suspiro y a la hora en punto estábamos embarcando y despegando  “on time” a las 11,30.

Y sumo una casualidad más a mis viajes: un miembro de la tripulación resultó ser una vecina con la que coincidía en los vestuarios de la piscina. Cuando ella salía yo entraba. Y entre película y película, comer un poco aquí y otro allá y charlar con Ana, el vuelo, aunque pesado al transcurrir de día y resistirme a dormir para aclimatarme más rápidamente a las 7 horas de diferencia que había con Costa Rica, pasó rápido.

Tomamos tierra unas nueve horas después del despegue, sobre las 16 horas allí (y las 23,00 española). Después de hacer los trámites de inmigración nos dirigimos a recoger nuestra única maleta, ya que el resto del equipaje iba en dos mochilas que a su vez eran troleis de equipaje de mano para facilitar el movernos por lugares de difícil  acceso, así como embarques y desembarques en la misma playa con el agua en las rodillas.

Atrás dejamos el mostrador de la empresa de telefonía Kolbi donde teníamos pensado adquirir una tarjeta para el móvil de Angel. Y como tardaba en ponerse en funcionamiento la polea decidimos acortar tiempo dividiéndonos. Yo iría a comprar la tarjeta para el móvil y Angel se quedaría esperando la maleta.

Cuando regresé al mostrador había cola y dos personas atendiendo. Angel se unió a mí en poco tiempo y fuimos atendidos por un joven que resolvió todas nuestras dudas. Así adquirimos una tarjeta telefónica para 15 días que nos daba unos 30 minutos de llamadas de teléfono locales (que luego fueron 60 con una oferta) y comunicaciones de whatsapp ilimitadas gratuitas durante un mes. Eso nos costó 10 dólares. Llevábamos un teléfono viejo para poner allí la tarjeta movistar que sacáramos del smartphone, pero no pudimos insertarla por su tamaño. El teléfono se había quedado obsoleto, así que nos quedamos solo con dos, el mío, y el de Angel cuyo número había cambiado, pero únicamente para las llamadas ya que nos aclararon y comprobamos  que para el whatsapp el número de móvil no se modificaba. Las llamadas internacionales seguían siendo prohibitivas, así que mejor pensar que no íbamos a necesitarlas.

Ya solo nos quedaba encontrar a nuestro conductor y sacar  dinero en efectivo en moneda del país, colones. Nuestro chófer nos esperaba fuera y mientras que fue a buscar el transporte, Angel fue a un cajero automático donde extrajo unos 300 euros en colones, lo que hicimos sin problema frente a la terminal internacional.

Una vez en la van que nos llevaba a nuestro hotel, el colonial Costa Rica, nuestro conductor nos hizo una pequeña introducción al país dándonos unos valiosos consejos sobre todos los lugares que íbamos a visitar.

San José era un atasco inmenso así que tardamos más de una hora en llegar y cuando lo hicimos era ya de noche, ya que a las 17 o 17,30 anochece.

El hotel se encontraba en el centro de la capital. Tomamos posesión de nuestra habitación, muy sencilla, casi básica,  con dos camas dobles y baño y decidimos salir a caminar por los alrededores.

Paseamos por calles algo destartaladas hasta llegar a una zona peatonal con bastantes puestos de comida, pero ninguno nos convenció. Tampoco nos encontrábamos cómodos ya que había leído que la capital por la noche no era muy segura, así que después de esta toma de contacto decidimos regresar al hotel donde abrimos la barra de lomo embuchado envasada al vacío que trajimos de Madrid y con unas tostas de pan cenamos algo frugalmente, pero bien.

No tardaríamos en irnos a dormir ya que mañana nos recogerían a las 6,15 para llevarnos a Tortuguero.

Tortuguero.  (16 y 17 de noviembre)

Durante la noche y la madrugada nos sorprendió el ruido de la ciudad, y sobre todo, las bocinas de los camiones, que no paraban.

Un poco antes de las 6 bajamos a tomar un pequeño desayuno de café con tostadas y  cereales ya que hasta las 7 no comenzaban a servirlos. Mantenemos una agradable conversación con nuestra recepcionista que resulta ser una estudiante de biología genética con un bebé a su cargo. A las 6,15 llegó nuestro autocar. Estuvimos recorriendo San Jose recogiendo otros turistas, aunque en algunos casos utilizaron pequeñas lanzaderas que acercaban un grupo de 5 ó 6 al autobús. Así “hasta completar aforo” reuniéndonos un nutrido  y variado grupo de guiris, europeos en su mayoría, alemanes, ingleses, franceses, italianos, españoles,…con el destino de Tortuguero en común. Los guías daban las instrucciones en inglés, primero  y luego en español.

Me sentía como en casa. Era todo un lujo entender todo lo que me decían sin el mayor esfuerzo, pero tengo que confesar que me molestó especialmente que primero se dirigieran en inglés haciendo incluso una explicación más amplia, para luego hacer un “resumen” en español.

Así el autocar nos empezó a mostrar la belleza de este país, verde, lleno de vegetación y también sus carreteras, la 32 y en especial cuando atravesamos la cordillera central que separa el Este y Oeste de este país, el Atlántico del Pacífico. 

En el ascenso y descenso del Parque Nacional de Braulio Carrillo nos cruzamos con enormes camiones americanos que subían pisando huevos encabezando enormes filas de turismos que cuando había algún carril de adelantamiento aprovechaban para pasar. En mi ignorancia pensé que teníamos que regresar por aquí conduciendo nuestro propio vehículo y los pelos se me pusieron como escarpias.

Tras más o menos una hora llegamos al restaurante El Ceibo donde tendríamos ya nuestro primer encuentro con la fauna y flora de este paradisiaco país: en lo alto de un árbol pudimos comprobar una masa casi informe de pelo que era un perezoso, comiendo tranquilamente, y en los alrededores del restaurante, una ranita, la blue jeans, venenosa, así como un impresionante ceibo (árbol) que daba nombre al restaurante.

Tomamos un suculento desayuno para después continuar nuestro camino hacia el embarcadero, La Pavona. 

Es un restaurante con un gran aparcamiento junto al embarcadero, con mucha gente y donde cobran religiosamente por ir al baño. 



Si al número de turistas bajando, subiendo, tirando de sus maletas,  sumamos el calor,  resultaba hasta agobiante. Allí encontramos varias lanchas “aparcadas en batería” que van cargando nuestras maletas en función de nuestros hoteles de destino. Luego, procedemos a embarcar nosotros para lo cual tenemos que descender por un pequeño terraplén de arena.  Afortunadamente el terreno está seco. Supongo que con barro debe ser un poco más complicado.

Durante una hora descendemos por el río Suerte en lanchas muy rápidas que disminuyen su velocidad únicamente en los meandros. A los márgenes observamos una exuberante vegetación y aunque nos dijeron que podríamos comenzar a ver animales, únicamente pudimos disfrutar de una furtiva tortuga y alguna ave que otra.

Llegamos a nuestro hotel, el Aninga, situado al borde del agua y nos reciben ofreciéndonos una bebida muy dulce y especiada. 

Desde allí caminamos por unas pasarelas de madera elevadas un metro sobre el suelo y rodeados de la densa vegetación de la selva. Los distintos edificios y lodge del hotel se reparten a ambos lados de este pasillo de madera. Al final de uno encontramos nuestro alojamiento. 





Es nuestro primer contacto con este tipo de hoteles tan curiosos como frecuentes en Costa Rica. Se trata de una cabaña de madera, con grandes ventanales sin cristales, únicamente cerradas con mosquiteras y cortinas y rodeados por una espesa vegetación que apenas permite que entre el sol. Unas cabañas distan de otras varios metros por lo que da la sensación de estar en medio de la selva. En su interior dos camas dobles de distintos tamaños  y un  baño completo.

Tras tomar posesión de un lugar tan especial para nosotros,  nos dirigimos al restaurante para tomar nuestro almuerzo.

Allí teníamos mesa asignada según el número de lodge. Nuestros compañeros resultaron ser dos parejas “bárbaras” que comían en silencio. Hasta que lo rompí preguntando de donde eran: de Birmingan, Reino Unido y de Stutgar, Alemania. Los británicos terminaron pronto y marcharon y los alemanes les siguieron al poco tiempo.

Tras comer decidimos ir por la tarde al pueblo de Tortuguero donde nos encontraríamos con nuestro guía, Rafa Alvir con el que habíamos contactado desde Madrid.

La visita al Parque Nacional de Tortuguero estaba incluida en el paquete contratado, pero las lanchas del hotel tenían una capacidad para  unas 20 personas con motor a gasoil y guía en inglés y español, así que  preferí contratar a Rafa que me desplazaría  en una lancha pequeña permitiéndome aprovechar más el tiempo y un contacto más directo con este lugar.  
   
Contactamos con él a través  de whatsapp para confirmar la visita  y una vez en Tortuguero le llamamos para acordar detalles. Como la entrada estaba pagada  y disponíamos de poco tiempo para la visita de mañana ya que teníamos que regresar al Aninga a las 8,30 para que nos llevaran de regreso  a La Pavona,  nos pidió que se la lleváramos hoy para hacer las gestiones con el parque
y así ganar un poco de tiempo porque según nos dijo   2 ó 3 horas era tiempo muy limitado. Así nos dio las indicaciones para llegar a su casa. Y tras pedir en la recepción del hotel nuestras entradas al parque nos dirigimos al embarcadero.

Señalar que habitualmente la estancia en este Parque suele ser de dos noches. Nosotros la redujimos a una dado que ya no había desove de tortugas, motivo principal de visita a este lugar, y nos limitaríamos únicamente a conocerlo como nos habían recomendado.

Con un poco de retraso, una lancha nos recogió en el muelle del hotel para dejarnos unos cinco minutos después al otro lado de este enorme río, en el embarcadero de Tortuguero. Desde allí nos dirigimos a la playa donde nuestro guía nos señaló los enormes agujeros donde las tortugas habían anidado depositando sus huevos de donde ya habían salido las tortuguitas.

La inmensa playa de Tortuguero, la primera del Caribe que veíamos nosotros, se extendía ancha, enorme a nuestra derecha e izquierda. Arena  y troncos desparramados por ella, el mar la cerraba por un lado y por el otro las palmeras. Tras caminar un poco nuestro guía nos dio permiso y  por la “avenida central” caminamos en busca de Rafa.









Tortuguero es una calle de arena donde se alinean pequeñas y sencillas casas y comercios a derecha e izquierda hasta  la entrada al parque nacional.  A ambos lados, agua: el mar Caribe por un lado, y el río Suerte por otro. Así que en realidad caminábamos por una lengua de tierra.

iguana macho







A Rafa nos costó encontrarle, pero mientras disfrutamos de nuestra primera iguana, un macho enorme subido en un árbol donde el sol de la tarde resaltaba sus hermosos colores. También de un grupo de aves de colores pardos que comían lo que parecían ser unos deliciosos frutos o flores. Caminamos por esta calle fascinados por todo lo que nos rodeaba: colores, olores, flores, aves, animales y vida, mucha vida y animación pero también, tranquilidad.




Tuvimos que llamar a Rafa por teléfono hasta que conseguimos dar con él. No era difícil pero el problema estaba en los distintos sistemas que utilizamos unos y otros para orientarnos. Ellos, los puntos cardinales, nosotros derecha e izquierda tomando como punto de referencia el embarcadero, pero al final nos encontramos. Tampoco era muy difícil ya que su casa estaba en esta calle principal. 

Rafa resultó ser un costarricense encantador, lleno de vida y humor, comunicativo, cercano y muy cariñoso, de unos 50 años casado con una chavala de 25. Acordamos que nos recogiera al amanecer del día siguiente, a las 5,30 para así disponer de 3 horas para recorrer el parque. Nos dijo que dada la limitación de tiempo llevaría la barca de motor  que utilizaría para movernos más rápidamente en los desplazamientos más largos usando luego los remos para los más cortos o por los canales más pequeños del parque.  

Rana de ojos rojos
Compramos agua y a la hora acordada regresamos al embarcadero. De nuevo tuvimos que esperar. Y qué mal lo llevo. Tengo una sensación de pérdida de tiempo, algo que es un lujo que no me puedo permitir. 

Mientras embarcábamos nos mostraron una pequeña y hermosa ranita verde que impasible y orgullosa nos observaba con sus enormes ojos desde su palo mientras que todos nos acercábamos a mirarla y hacerla fotos.

De regreso a la 16,45  nos pusimos un bañador y nos dimos un relajante baño en la piscina para después acudir a la hora concertada al restaurante para disfrutar de la cena con nuestros “parlanchines” compañeros que acudieron más tarde. Y, sinceramente, pese a lo sociable que soy, no los eché de menos.

Nos fuimos pronto a la cama, a las 9,  pero durante toda la noche no cesó de llover, y con intensidad, tanto, que pensamos si se anularía la excursión. Y supusimos que la lancha del hotel tendría techo mientras que la de Rafa no. Le envíe  un whatsapp  con la duda de si se mantenía o suspendía la visita. No respondió, así que nos preparamos para recibir agua y entre gorros, capas de agua, etc., cogimos también un paraguas  para poder guarecernos durante el paseo.

Bajamos al restaurante donde tomamos un café sobre la marcha ya que era muy temprano para que sirvieran desayunos y nos llevamos unas galletas que tomamos mientras bajábamos al embarcadero donde ya nos esperaba Rafa.

Parque Nacional de Tortuguero. El paraíso del agua

Atravesamos este impresionante río a motor para adentrarnos en una zona de pre-parque mientras que abrían la visita al mismo, a partir de las 7.  Rafa nos dijo que este lugar le gustaba especialmente. Y a nosotros también.
Nos desplazamos lentamente y en silencio rompiendo el reflejo de la vegetación retenido por el agua como si fuera un espejo. 

Nos sumergíamos en un hermoso paisaje verde donde el agua era la protagonista indiscutible. La proa azul de la barca se deslizaba hacia las orillas cargadas de todo tipo de vegetación y entre ella fueron apareciendo distintas aves que Rafa nos fue mostrando. Tranquilas, impasibles, nos observaban a escasos metros de nosotros. No parecían temernos y allí permanecían, algunas con sus alas desplegadas esperando a que el sol las secara.
Aninga

El marco era de incomparable belleza. Parecía que flotáramos deslizándonos por un edén y mis ojos no sabían a dónde mirar para poder abarcar toda la belleza que me rodeaba. Y este entorno me transmitía una enorme serenidad. Es como si el tiempo se hubiera detenido y solo nos encontráramos los tres, en medio de toda aquella exuberancia y belleza. Y además, el sol nos regaló su luz y las nubes se fueron disolviendo para dar lugar a un cielo azul y un aire transparente y limpio. ¡Qué belleza!. Casi onírica. Intentaba asimilar lo que veía, disfrutarlo, fotografiarlo, grabarlo....me sentía casi desbordada.



Cuando el parque abrió, nos dirigimos hacia él pero antes nos acercamos a la orilla de Tortuguero donde su mujer le entregó las entradas y unas hojas atadas como rollitos de primavera que contenían una comida muy típica de Costa Rica, los tamales, y  que había comprado a su vecina. Nos preguntó si queríamos y como no habíamos desayunado, nos apuntamos a otra nueva experiencia, ésta, culinaria. 




Con nuestros tamales, Rafa busco un rincón donde poder disfrutar de ellos. Así nos introdujimos en un recodo rodeados de una espesa vegetación   que nos ocultó del resto del mundo para dar cuenta de esta especialidad mientras que manteníamos una agradable charla con él.

Jacana
Después entramos en el parque propiamente dicho discurriendo por grandes canales donde seguimos disfrutando de una rica y variada vegetación y de distintos animales, algunos los podíamos contemplar a escasos metros de nosotros. Rafa demostró ser un gran conocedor de la flora y fauna del parque, de tener una gran sensibilidad y además y lo más importante, ser un apasionado de ella disfrutando de todo lo que nos podía mostrar. Parecía mucho más ansioso que nosotros por mostrarnos todo lo que el parque escondía.



Después abandonamos los grandes canales por donde navegaban también otras lanchas,  para introducirnos por otros más pequeños, a veces por agujeros rodeados de una vegetación tan espesa que tenían el tamaño justo para pasar. Un auténtico laberinto de canales de agua por los que circulamos a remo, deslizándonos despacio, en silencio, disfrutando de toda la belleza que nos rodeaba. Nos cruzamos con más barcas pequeñas cuyos ocupantes al igual que nosotros, miraban fascinados a un lado y a otro.


Vimos caimanes, basiliscos, monos aulladores, iguanas,  zopilotes, martín pescador, garzas, jacanas, entre otras aves,  mariposas morfo y perezosos...

Pero la hora se acercaba, y Rafa parecía abducido y aunque era consciente de que el tiempo se agotaba, se resistía y según regresábamos miraba y se acercaba aquí y allá para mostrarnos más tesoros. Es fácil perder la noción del tiempo, e incluso del espacio en una barca en medio de este paraíso. Y tuvimos que  decirle que ya no podíamos ver más, aunque nos pesara,  que no llegábamos a la hora acordada. Y lamenté haber cogido este paquete completo desde San Jose que incluía todo. 

Así que desde estas líneas aconsejo elegir otra fórmula que no limite a 2 o 3 horas la visita al parque.  
Basilisco

Caimán


Garza

Zopilote
Dejamos Tortuguero. A Cahuita

Cuando regresamos a todo motor al embarcadero, ya estaba el resto del grupo esperando. Eran las 8,35 y la hora acordada era las 8,40. Creo que incluso el guía del grupo llegó a llamar a Rafa.  Subimos corriendo a nuestro lodge y recogimos el equipaje. La encargada nos entregó una bolsa con el desayuno que se convertiría en nuestra cena  ya que aún estábamos digiriendo los tamales. 

A la hora acordada y tras cargar todos los equipajes, subimos a nuestra lancha remontando ahora el río. A pesar del estupendo día, hoy únicamente encontramos una tortuga y otro basilisco y seguimos nuestro camino hacia la Pavona.

Una vez allí, había que descargar todo el equipaje, así que guías, conductores y pasajeros formaron una fila para ir llevando las maletas desde la barca hasta tierra. Y como siempre, hubo quien colaboró hasta el final y otros, que lo evitaron. Angel formó parte de esa fila, lo que no me gustó. No tiene la espalda para ferias y había gente más joven para hacerlo. Dos días después tendría una contractura que le estaría dando alguna guerra y que yo relacioné con este capítulo.

Hacer un pequeño inciso para hablar del calor que sufrimos en Tortuguero lo que junto con la gran humedad, lo hace casi agobiante. Y este calor lo seguimos padeciendo mientras que esperábamos a que nuestro autocar nos viniera a recoger.



Sentados a la sombra en unas escaleras nos pareció ver que frente a nosotros a unos 10 metros de distancia, algo en la pequeña ladera parecía moverse. Luego vimos como la gente se acercaba curiosa con sus cámaras y como tomaban fotos. Así que, como siempre, no pude resistirlo y pude disfrutar de un espectáculo apasionante: las hormigas zompopas, las cortahojas, acarreando enormes trozos de hojas previamente cortadas en una interminable fila que discurría por la ladera mientras que las soldados custodiaban y vigilaban su camino. Todo un espectáculo. Parecía que en este país en cualquier rincón se podía disfrutar de algo único y salvaje. La naturaleza nos sorprendía por donde quiera que miráramos. Solo había que tener la curiosidad despierta y estar abierto a todo lo que nos rodeaba. Pero con cuidado ya que el lado peligroso siempre estaba presente.

Esperamos durante 45 o 50 minutos a que nuestro transporte llegara para dejarnos en Guapiles, en el restaurante El Ceibo donde teníamos previsto recoger nuestro 4x4. Tiempo maravilloso perdido y que podríamos haber empleado en visitar el parque con tranquilidad.

Cuando llegó nos organizaron en función de los distintos destinos. De nuevo manejaban un grupo muy grande y heterogéneo. Algo de lo que dijeron los guías no coincidía con lo que yo tenía previsto y así se lo hice saber. Según ellos, en el restaurante no estaba la empresa que nos  alquilaba nuestro vehículo así que  tuvieron que ponerse en contacto con nuestra agencia, Asuaire para aclararlo. 

Mientras nos desplazábamos contacte con el hotel donde íbamos a pernoctar esa noche para comunicarles nuestro posible retraso y  nos informan de que la carretera estaba en obras y que habría “presas” (retenciones) en varios puntos lo que podría demorar nuestra llegada hasta las 18 horas, cuando anochece sobre las 17 o 17,30. Y no me gusta conducir por la noche, y menos, en un país desconocido.

Una vez en el Ceibo, tomamos nuestro almuerzo y a la hora prevista y ya en el exterior, a los que teníamos que recoger el vehículo de alquiler nos repartieron, cinco o seis personas irían en una van hasta la oficina  de alquiler de los coches, National Car Rental, y el resto, cuatro, entre los que estábamos nosotros, en el autocar. No me gustó ser tantos: una sola persona entregando vehículos podría suponer una espera de cerca de 1 hora y el tiempo se echaba encima y pasaban ya 30 minutos de las 14 horas. Así que me dirigí al responsable para pedirle por favor ser de los primeros a los que entregaran el vehículo explicándole el motivo y a ello se comprometió, pero cuando llegamos estaba atendiendo a una familia alemana y tenía otra pareja en espera. Tendríamos que esperar a que llegara un compañero de refuerzo que estaba de camino.

No tardó en llegar y darnos unas breves explicaciones sobre nuestro vehículo, de mayor categoría que el que inicialmente teníamos contratado y pusimos rumbo a Cahuita. El navegador no fue capaz de reconocer el hotel pero para nuestra sorpresa sí el teléfono móvil donde días antes me había descargado los mapas de Costa Rica sin conexión, como experimento, pensando en que al no tener datos no funcionaría.  Pero sorprendentemente sí lo hizo y a la perfección. Fue marcando nuestro rumbo sin mayores problemas. Luego me di cuenta de que los datos nada tenían que ver con la señal GPS. Así el  navegador del coche nos dirigió hasta Cahuita y una vez allí utilizamos el navegador del teléfono hasta  nuestro alojamiento. 

Y por fin sentía que recuperaba mi libertad. Primero me invadió una sensación de desasosiego, de desamparo. Ahora estábamos solos en medio de este país desconocido para nosotros, pero por otro lado sentía la alegría de que mi tiempo era ya mío, completamente. Así es como me gusta viajar. Será que me he vuelto cascarrabias pero cada vez aguanto menos a la gente, me vuelvo mas selectiva, que ya lo era, y tengo la horrible sensación de que pierdo el tiempo y eso es un lujo que no me puedo permitir.

Y sin mayores problemas que circular por una buena carretera con la única salvedad de que nunca teníamos preferencia en los puentes donde se producían estrechamientos, y fueron varios, llegamos a las 16,30 a Cabinas Nirbana Ecolodge. La encargada de recibirnos era…, dejémoslo en algo peculiar que quizás lo daba la zona, pero al margen de esta anécdota nada que resaltar. 

La cabina era básica pero rodeada de un hermoso jardín. Era una cabañita de madera en la que había  dos habitaciones “pareadas” e independientes con baño, aire acondicionado y un porche con mesa, sillas y una hamaca colgada. Vemos por primera vez un agutí paseando como si fuera un animal doméstico. También en la mañana de partida observaríamos por primera vez lo que nos pareció un colibrí ya que tenía el tamaño de abejorro gordo.

Dejamos nuestro equipaje y nos acercamos a la playa negra, de arena negra como su nombre indica y  a unos 200 metros del alojamiento. Un camino ancho salpicado de casas y algún que otro chiringuito discurre hasta el pueblo  Después decidimos darnos un baño en la pequeña piscina. Y tomamos nuestra cena (el sanwich que nos hicieron en el Aninga) dentro de la habitación ya que fuera el calor resultaba muy molesto y dentro disfrutábamos del aire acondicionado.


Y decido ponerme de nuevo  en contacto con Fernando, el responsable de Photo Tour o nature photo tour (ecoventure cr.com) con el que mañana haríamos un tour de snorkelling por el arrecife. Como ya me había hecho en otras veces cuando le pedía información concreta, me respondió “pura vida” citándonos a las 9 junto al restaurante miss Edith, que luego supimos que era de su hermana. No obstante le pasé el teléfono de Angel que tenía la tarjeta Kolbi por si había alguna incidencia. 

Esa noche me puse a “trastear” con el móvil hasta conseguir compartir los datos con el teléfono de Angel de tal manera que ambos estábamos conectados y podríamos disfrutar de conexión a internet y whatsapp.

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